Desde el balcón de mi ventana puedo ver cada rincón del pueblo, tanto las casas cercanas a la laguna como las situadas a los pies de la montaña.
Lo más próximo a mí y lo más abundante son las casas blancas como las nubes, de tejados rojizos o anaranjados, que son las viviendas de todos los habitantes de este pequeño municipio. Estas casas se encuentran rodeadas de árboles frondosos y prados y campos donde se cultivan todo tipo de verduras y hortalizas y donde todos los niños van a pasar la tarde a jugar después de sus clases.
Más alejada se encuentran las torres de la iglesia, corazón del pueblo. Es el edificio más colorido por sus tonos amarillentos, aunque, es incómodo todas las mañanas al despertar escuchar el sonido, a veces irritante, de las campanadas. Estas me ayudan a despejarme por completo cuando todavía no lo estoy.
Allá a lo lejos distingo el velero de mi tío, surcando las aguas frías y verdosas de la laguna, como suele hacer todas las tardes.
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